De caza (Libre)

Caminaba por las calles de Venecia, observando a la gente ir y venir de un lado hacia otro. Las góndolas atravesando los canales, la alegría, el jolgorio... Todo era tan propio de allí y al mismo tiempo tan doloroso para él. Su madre siempre había querido viajar a Venecia, pero la habían matado antes de que pudiese cumplir ese sueño suyo... Y ahí estaba él, para dar muerte a los seres que la habían matado en el sitio con el que ella soñaba. Era realmente irónico, y cuanto más lo pensaba más le escocían los recuerdos.

Por delante de él paso un niño con un avión de juguete, dando saltitos y haciendo que su avión "volase" sostenido en su manita de dedos pequeños. Valerio esbozó una sonrisa, y deseó haber tenido una infancia tan inocente y bonita como la de ese niño, que era completamente ajeno a lo que sucedía a su alrededor... Pensó que quizás más adelante, un vampiro decidiera atacar a ese niño y poner fin a su vida por un vulgar trago de sangre... y eso hizo que sus ganas de cazarlos se hiciesen aún más fuertes.

De repente al niño se le cayó el avioncito al suelo, ante sus pies. Valerio se agachó y cogió el juguete, sonriendo al pequeño que lo miraba tímido, seguramente indeciso de si pedirle su avioncito o no.

-Ten-le dijo valerio extendiéndole el avión de juguete-. Tus pasajeros están a salvo, piloto, no te preocupes. Pero ten más cuidado o puede que el avión se rompa-siguió sonriéndole divertido.

-Gracias señor, lo recordaré-dijo el niño antes de salir corriendo con su juguete, tan contento como al principio.

No era demasiado tarde, si desde algún alto edificio se miraba a lo lejos, el sol no había acabado aún de ocultarse, aunque para aquel sitio, ya estaba caída la noche. Paseaba con el maletín en mano, su rostro se veía contrariado y triste. Una mujer había fallecido, llevándose consigo a su bebé en el vientre. Le habían buscado por todos lados, pero a horas imprecisas de la mañana, era ilógico que pudiera presentarse debido a que intercambiaría su vida por otra sin salvar a ninguno de los tres; por lo tanto, el hospital había hecho esperar de más a la joven, buscando salvar su vida, si no la del bebé; al ser ese un embarazo de alto riesgo. Pero ella no pudo soportar más, y demasiado tarde la ingresaron al quirofano, cuando el bebé ya se había ahogado el pequeño ser viviente que había luchado por nacer.


Un dolor vivo se reflejaba en sus ojos, aunque su rostro impasible continuaba sin dar muestras de tristeza. Miró hacía la inmensa capilla y depositó una moneda, elevando una plegaria por su fracaso, puesto que no era la primera vez; que perdía a un paciente, no por negligencia, sino por que la luz del día, su eterna enemiga, le mantenía en su guarida hasta que era seguró salir. Se detuvo delante de la imagen, observando melancólicamente la imagen de la Serenísima sosteniendo a su bebé, con un semblante tan piedoso que le hizo cubrirse el rostro con la mano y bajar lentamente la cabeza.

-Te envío a tu divino seno, a una madre tan devota y amante de su bebé, así como al pequeño ángel, que llegó del nacimiento a la muerte sin poder deleitarse con la vida... Acógelos con tu maternal abrazo, madre de los mortales... -Susurró suavemente, ajeno por completo a todo, hasta que un pequeño niño moreno y castaño chocó contra su cuerpo violentamente, cayendo de lado, rompiendo un avioncito de cartón contra su pecho. Digabriello alzó la cabeza y al no encontrar nada, la bajo,topándose con el nene quién al mirar su juguete destrozado comenzaba a hacer muecas de romper en llanto, por lo tanto, no advirtió que una pequeña cortada se había abierto sobre su rodilla. Palideciendo, el médico sonrió forzadamente, mientras el niño caía en cuenta de la herida y lloraba más histéricamente; por ello Digabriello sacó de su maletín una curita y limpiándole la herida con mucho cuidado, se la colocó, ante la sorpresa del crío y la madre de este, que había correteado tras él.
El italiano se levantó, sacudiéndose el pantalón y levantó al niño, parando al momento, a un vendedor de confiterías, a quién le compró una caja de caramelos entregándosela al infante para sorpresa de la mamá.

-Unos caramelos no te devolverán tu avión pero por lo menos, te sabrán más ricos.-Replicó con suavidad, ante la sonrisa de la mujer.
-¿Como se dice Angelo?
-Gracias señor!!

Digabriello inclinó la cabeza y continuo. Moría de hambre pero no pudo reaccionar ante la sangre del niño por un único motivo. Solo podía pensar que el bebe que había muerto nunca podría comprar un caramelo o tener un juguete.

Él seguía caminando cuando vio que el mismo niño a quien había ayudado se chocaba contra un hombre. Sonrió, los pequeños no tenían remedio y no aprendían, tropezaban mil veces o más con la misma piedra. Sorprendido, vio como el hombre se preocupaba por él... un hombre de belleza evidente, de pose altiva... quizás demasiado. ¿Podría ser un vampiro? Lo más seguro. Nunca sabías bien cuándo podías encontrarte con uno.

Cuando vio que el niño ya se alejaba con su madre siguió andando y fingió chocarse también con ese hombre. Era la mejor manera de averiguar si era un chupasangres o no: acercarse a él todo lo posible y esperar a que diese algún indicio de vampirismo. Era arriesgado, pero al mismo tiempo el método que solía tener más exito de todos los que había probado. Así, fingió golpearse contra su pecho y cayó al suelo de espaldas.

-Vaya... lo siento, soy demasiado torpe-dijo a modo de disculpa mientras se levantaba y se limpiaba la parte de atrás de los pantalones. Entonces se dio cuenta de que realmente se había hecho daño en un tobillo y puso un gesto de dolor en su rostro.

-No, al contrario, ha sido culpa mía... estaba demasiado distraído- Replicó mientras se inclinaba extendiéndole la mano para ayudarlo a incorporarse, sin embargo, dos sentimientos contrarios se estrellaron en su cabeza, dejándole ciertamente desconectado. Aquel chico estaba herido, la pequeña y minúscula capa de sangre de su tobillo herido, al tallarse contra el piso le había incitado; pero era un sitio público y ni pensar siquiera en arrastrarlo hacía un callejón para alimentarse de él; no era tan rudimentario. Estaba a 15 minutos en auto del hospital donde laboraba y obviamente del banco de sangre, y si había pasado hasta 5 días en ayuno impuesto y 15 en uno forzado; bien podría aguardar un poco.

Pero en especial lo que le contenía no era el hecho de su autodominio que le separaba de una bestia, sino el olor seco, acre e inconfundible de la sangre de otro vampiro. Así como existía el cazador, también este podía ser presa y Digabriello había topado con un cazador. Bien, no era asunto suyo, y ese chico no lo estaba atacando; por lo que no comenzaría con una disputa, simplemente pasaría de él.

-Se ha torcido el tobillo... ¿Puede sostenerse hasta quedar sentado en la escalinata? Le revisaré, la herida es pequeña, no afectará en nada; pero el daño en los ligamentos puede ser mayor... -Cualquier mortal habría pasado de ello, pero él simplemente no podía, adoraba su profesión.

Abrió mucho los ojos, sorprendido por que un vampiro pudiese preocuparse de algún modo por un humano mortal, que se supone que sólo eran neveras para ellos. Se quedó unos minutos patidifuso, sin saber como reaccionar ante eso, y finalmente asintió y caminó a duras penas hasta las escaleras. El tobillo realmente le dolía... y sabía que con su enfermedad ese arañazo sí que podía resultar mortal para él... La hemofilia no era cosa de broma.

-Yo... creo que voy a necesitar algo más que una revisión en unas escaleras...-susurró el cazador mirándolo de soslayo-. Si no corro el riesgo de desangrarme aquí mismo... y dudo que eso sea agradable de ver para cualquiera. Si me ayuda a pedir un taxi se lo agradeceré muchísimo...-le pidió lo más amablemente posible, teniendo en cuenta que el otro era una criatura a la que supuestamente debía cazar. Se reprochó mentalmente a sí mismo el hecho de haber tenido tan mala pata y no haberse caído mejor... en esos momentos se sentía como un inútil.

Le observó fijamente unos momentos y comprendió lo precaria de su situación. NO podía descubrirse directamente, si bien la profesión que había elegido no era la más adecuada, no solo tenía escasas oportunidades, sino todas las probabilidades a favor de perder la vida. Se levantó y avanzó hacía un oscuro callejón, donde no tuvo que buscar mucho; se inclinó y cortó una telaraña, para la sorpresa de los trausentes. Regresó hacía el cazador e inclinándose sobre este, le retiró el zapato y el calcetín; examinando la herida. Muy discretamente, pretendiendo tallarse la barbilla, se mordió el dedo medio, volviendo a revisar la herida, y pasó dicho dedo sobre el tobillo, mezclando su sangre con la del muchacho cerrándole la herida. No le permitió ver como la sangre cerraba la pequeña herida, más en ese momento colocó la telaraña.

-Rasputín solía poner telarañas en las heridas de Nicolás, hijo del Zar de Rusia, cuando este se lastimaba, padecía ataques de hemofilia; enfermedad que es muy extraña en la actualidad pero que es tratable con medicamento- Todos sabían eso, de modo que el chico no sospecharía que él había estado en esa época, así como que todos usaban telarañas para detener una hemorragia, sin importar la profundidad de la herida- Nos dará tiempo suficiente para ir al hospital donde trabajó; está a 15 minutos de aquí...

Se levantó y guardó los pocos intrumentos que había sacado de su maletín, para después extenderle la mano al muchacho y ayudarlo a incorporarse.

Lo dejo aún más anonadado de lo que ya estaba. Se apartó un mechón de cabello de la cara con un gesto algo nervioso, sin dejar de mirarlo. La primera cosa que le había sorprendido, era que supiese que se trataba de hemofilia sin él habérselo dicho siquiera... y la segunda el método de la telaraña, que nunca había oído. Sí que era cierto que tenía que medicarse casi todos los días, pero aún así no obtenía ese efecto... Además había dejado de sangrar casi al instante... ¿eso lo podía hacer esa telilla? Estaba claro que había usado su sangre... ¿Pero por qué iba a hacerlo para ayudar a un humano?

-Vaya... muchas gracias... Veo que es médico, he tenido suerte y todo-le sonríe amable-. Es increíble que haya sabido de inmediato cuál era mi enfermedad...-intentó incorporarse a pesar del dolor. No le gustaba verse indefenso, y menos ante un vampiro... por muy amable que el vampiro se mostrase con él. No se fiaba, nunca lo había hecho.

-Parece que atine... -Se disculpó con una sutil sonrisa. Bien, era un truco muy viejo y conocido el de la telaraña, pero después le explicó que ningún chico le daría tanta importancia a su pie herido, de hecho; los jóvenes eran tan orgullosos que ni siquiera hacían grandes gestos -aún riendo- a pesar de haberse roto la cabeza o hecho una severa cortada, ni mucho menos decir que habrían de morir por semejante y minúscula herida; que para personas comunes no había representado mas que unas horas de incomodidad, pero aún así continuaría andando.- Como verás, no tienes la pinta de ser un chico que exagera todo...

Se levantó y le extendió la mano, rozándole por la cintura y pasándose la mano del chico sobre el hombro, mientras le llevaba con cuidado hacía el mercedes negro estacionado a apenas una calle de la plaza de Los Ángeles, donde había sido llamado a atender aquel caso de parto. Detestaba cuando los mortales depositaban su fe ciega y solítica confianza en otro que podía defraudarles, o en su caso; en un inmortal, que también arrebataba vidas.

-Mientras más pacientes lleguen al hospital, mas honorarios recibiré.- Bromeó, poniendo el suficiente cuidado de que el chico no cayese en cuenta de su piel fría y algo dura, a pesar de la suavidad.

-Bueno, aún así siento causarle estas molestias... seguro que usted estaba fuera del horario laboral... y conmigo el trabajo ha salido a buscarle a la calle. Normalmente llevo mi medicina encima... pero hoy precisamente me la he dejado... Y sé que parezco imbécil por dejarme en casa algo de lo cual puede depender mi vida...-dijo riéndose suavemente mientras dejaba que le ayudase. A pesar de todo, seguía mirando con asombro al vampiro... Tenía que ser un chupasangres, su piel fría y su belleza antinatural lo confirmaban... ¿Pero por qué demonios lo estaba ayudando en ese momento en lugar de aprovecharse y acabar con su vida sin más? Aunque no supiese que era un cazador, era un humano... y un humano indefenso ante un vampiro sólo podía recibir un nombre: trozo de carne untado en salsa barbacoa.

-No, en realidad... me encuentro en mi turno de trabajo.- Explicó con una amable sonrisa a medida que abría la puerta del auto, por la parte del pasajero, dándole espacio suficiente para que tomara asiento. Le acomodó bien, aunque no le puso el cinturón de seguridad, pues la agitación de aquel muchacho le indicaba que era capaz de salir corriendo en cualquier momento por lo que él "era".- Mucha gente no suele gustar de los turnos nocturnos por que sus horarios de toda una vida no se adaptan.

Cerró la puerta con suavidad y rodeó el frente del auto hasta llegar a la otra puerta, donde abrió y entró de igual manera, dejando atrás su maletín.

-Más me acostubré a esos horarios por mis estudios desde el instituto, por lo tanto, la carrera y la residencia fue en dichas horas, y la paga es triple... -Explicó con una sonrisa, mientras ponía en marcha el auto, conduciendo con calma entre los dispersós parientes que disfrutaban de la velada.- Por otro lado, regresaba de una visita a domilicio, desafortunadamente llegué demasiado tarde. Las personas ponemos nuestra ciega confianza en quién nos ha demostrado su apoyo, pero esa persona no es infalible, nos defraudará en cierto momento...

Se escuchaba en su voz el fracaso, la verguenza y el dolor.

-Bueno, quizás un médico de vez en cuando no pueda salvar a un paciente... pero por cada persona que muere a vuestras manos, salváis mil vidas... No tienes más que ver en los países subdesarrollados en los que los médicos son escasos... Mueren más de cienmil personas al día porque no hay equipo o personal sanitario...-comentó mirando la carretera y las líneas blancas que pasaban rápidamente al otro lado del cristal.

La gente seguía caminando por la calle, ajenos a todo. Y él en cambio se sentía nervioso y en cierto modo desvalido, porque iba en el coche de un vampiro... Era como una jaula de la que no podría escapar si el chupasangres se decidía a atacarlo... Aunque en los ojos de ese vampiro no veía esa intención... Ni siquiera veía mala voluntad... Sólo tristeza, pena...

-A mí me has salvado...-comentó Valerio esbozando una dulce sonrisa.

-Supongo que tienes razón, pero muchas veces recordamos más los fracasos que los triunfos. La verguenza perdura, aunque la satisfacción es finita. ¿Por qué será? -Sonrió apenas, perceptiblemente, mientras conducía calle abajo, en una zona silenciosa que se aproximaban al lujoso hospital en la colina.- ¿Te sientes mal? No dudes en decírmelo, aunque llegaremos pronto.

Era ilógico que se sintiese mal, la sangre de vampiro curaba cualquier cosa, y la saliva tenía el poder de anesteciar la piel donde esta se aplicase, de modo que pocos mortales se quejaban cuando eran mordidos. Le observó de reojo, preguntándose como era que había llegado a ser cazador, era un chico algo noble, y bastante confiado, a su ver, en las personas. Nadie se iría con un médico por la noche, los humanos tendían a ser algo pervertidos y perversos, pero ya estaban en el hospital, y sus intenciones quizás habían quedado claras desde el inicio. Sin embargo, el haber mirado en su mente y buceado en sus recuerdos sería haber profanado su interior y no era limpio ni honorable, y no era precisamente que él fuese ambas cosas; únicamente le agradaba escucharlo en labios de las personas, cuando lo han superado, y no mirar sus recuerdos dolorosos en carne propia. Se estacionó delante del hospital donde una enfermera se acercó al reconocerlo.

-Trae una silla de ruedas, Grecia; no quiero que... -Había olvidado su nombre, o nunca lo había escuchado. Era lógico que la enfermera estaba acostumbrada a esas escenas.
-El Doctor Rossolli tiene manía de traernos heridos cada noche, atendiéndoles al acto, pero jamás les pregunta su nombre ni se presenta... Ilógico, no lo crees, chico?